jueves, abril 10, 2008

Lo imperceptible del ocaso


Es imposible que la muerte del día no cause alguna reacción en el hombre.

Que su andar sea invisible e inaudible ante una mente plagada de estímulos propios de la modernidad, puede ser. Despues de todo es la muerte, deambula como un fantasma.

Pero si tan solo nos detuviéramos a elaborar el duelo diario, lograríamos concebir y concebirnos tan naturales como un árbol o un animal. ¿Cuál es entonces ésta reacción? Es la embriaguez que nos sumerge en un estado de abstracción reconfortante.

Al fin de cuentas es la muerte diaria del Sol, el abandono constante. La inminente llegada de la noche, la oscuridad. Del encuentro de nosotros frente a nosotros, de nosotros desde adentro y por dentro.

Llegó la noche y con ella la modernidad: la luz artificial, la música que me apabuya, las distracciones que me distraen. Olvida tus problemas y olvídate a ti mismo!
¡La noche ha llegado!
Pero si aún conservas alguna puta intención de verte en el contexto de un planeta microscopico... algo así como una enloquecida bacteria... allí estará la luna, guiñándote el ojo.

ZeVa